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Instantes después de firmar a Mbappé como agente libre, el Real Madrid encendió el debate: ¿puede el Fair Play Financiero frenar la carrera de los megacontratos o es, al contrario, el catalizador del fútbol moderno?
El verano de 2024 quedará marcado en la historia del fútbol no solo por los fichajes millonarios, sino por la tensión creciente entre el deseo de los clubes de fichar a las estrellas más brillantes y las regulaciones financieras que pretenden mantener el equilibrio competitivo. Mientras Kylian Mbappé aterrizaba en el Real Madrid tras rechazar ofertas astronómicas del PSG, y otros clubes europeos movían cifras que superan el PIB de algunos países, las normas del Fair Play Financiero de la UEFA se han convertido en el árbitro silencioso de cada gran transferencia.
La pregunta que resuena en cada despacho directivo, desde el Santiago Bernabéu hasta el Camp Nou, pasando por la Premier League y la Serie A, es clara: ¿están las regulaciones financieras protegiendo la integridad del fútbol o limitando su capacidad de crecimiento y espectáculo? La respuesta no es sencilla, y sus implicaciones van mucho más allá de los números en los balances contables.
El Fair Play Financiero no nació de la nada. Surgió como respuesta a una década de excesos que amenazaban con crear una brecha insalvable entre los clubes con recursos ilimitados y aquellos que dependían de ingresos tradicionales. Cuando Roman Abramovich llegó al Chelsea en 2003, o el Manchester City fue adquirido por el grupo Abu Dhabi United en 2008, el panorama cambió para siempre.
Las actuales Licensing and Financial Sustainability Regulations 2024 de la UEFA establecen que los clubes no pueden gastar más de lo que ingresan en un período de tres años, con algunas excepciones para inversiones estratégicas. Esta normativa, vigente desde 2011 y perfeccionada a lo largo del tiempo, busca evitar que el éxito deportivo se compre a costa de la sostenibilidad.
Sin embargo, su aplicación ha demostrado ser compleja. Los clubes han desarrollado métodos cada vez más sofisticados para cumplir la normativa sin reducir su ambición. Desde contratos de patrocinio inflados hasta ventas de canteranos a precios elevados, el fútbol moderno también es un campo de batalla financiero.
El PSG protagonizó los dos fichajes más caros de la historia: Neymar (222M€) y Mbappé (180M€). La UEFA abrió investigaciones, pero las sanciones fueron suavizadas o anuladas. El Manchester City también fue sancionado inicialmente con la exclusión de competiciones europeas por dos años, pero el TAS revirtió la decisión.
Estos casos dejaron claro que el Fair Play Financiero, aunque bienintencionado, tenía límites prácticos cuando se enfrentaba a estructuras empresariales opacas, patrocinios vinculados y bufetes legales de primer nivel.
Una de las consecuencias más visibles es que los clubes han tenido que agudizar el ingenio: pagos diferidos, cesiones con opción de compra obligatoria, intercambio de jugadores, primas por rendimiento y venta de derechos de imagen. Todo vale para cuadrar los balances sin frenar la ambición.
Además, han buscado nuevas fuentes de ingresos. Como analiza el artículo El fútbol y las casas de apuestas: una relación en revisión, los patrocinios del sector del juego online han sido clave para equilibrar cuentas en la última década, especialmente en clubes con menor músculo financiero. Sin embargo, el endurecimiento normativo en España desde 2021 ha limitado su peso, obligando a diversificar hacia tecnología, criptomonedas o expansión internacional.
Según datos del Ministerio de Consumo – Dirección General de Ordenación del Juego (DGOJ), los ingresos publicitarios de operadores de juego cayeron drásticamente tras la aprobación del Real Decreto de Comunicaciones Comerciales, impactando directamente en los ingresos de patrocinio de muchos clubes de Segunda y Primera División.
LaLiga ha añadido sus propias reglas, como el límite salarial individual para cada club, calculado según ingresos, gastos e historial financiero. El resultado: restricciones aún más exigentes que las de la UEFA.
El Barça lo sabe bien. La salida de Messi en 2021 no fue por decisión deportiva, sino por no poder inscribir su renovación bajo el límite salarial. Ese momento marcó un antes y un después: la normativa no solo pesa, sino que condiciona decisiones históricas.
Según el informe económico de LaLiga 2023/24, la competición generó más de 5.000 millones de euros. Pero la distribución desigual de ingresos y los topes salariales han agudizado las diferencias entre clubes con gran estructura y los que dependen de ventas puntuales.
PSG, Manchester City y Newcastle son clubes financiados indirectamente por estados. Aunque la UEFA ha establecido mecanismos de control sobre “partes relacionadas”, es difícil comprobar si un patrocinio de 100 millones refleja el valor real o si encubre financiación encubierta.
La opacidad y los vacíos legales permiten a estos clubes mantener una ventaja competitiva estructural difícil de igualar, incluso cumpliendo formalmente con las reglas.
El Fair Play Financiero ha empujado a los clubes hacia fórmulas de fichaje y contabilidad cada vez más creativas. Ejemplos como la venta masiva de canteranos del Chelsea o los contratos variables del Atlético de Madrid muestran una industria que ya no se mueve solo por el balón, sino también por el Excel.
Una consecuencia inesperada del Fair Play ha sido el auge del jugador joven. Los canteranos aportan valor deportivo y permiten plusvalías contables inmediatas si son vendidos. Esto ha disparado la inversión en academias y estructuras formativas.
El Athletic Club de Bilbao es el mejor ejemplo: un modelo centrado en talento local, sostenible financiera y culturalmente.
Para el fútbol sudamericano, el control financiero europeo ha sido una oportunidad: los clubes europeos ya no pueden fichar todo lo que desean, ni cuando desean. Esto ha permitido a las ligas de América Latina retener talento más tiempo, aumentar la competitividad de la Libertadores y vender en mejores condiciones.
El Fair Play Financiero ha traído orden, pero también rigidez. Ha profesionalizado la gestión, pero también ha beneficiado a quienes mejor conocen cómo moverse dentro (o alrededor) del reglamento.
Los megacontratos seguirán existiendo, pero su estructura será cada vez más compleja. El reto está en encontrar un equilibrio: preservar la emoción de los fichajes sin poner en riesgo la sostenibilidad del fútbol.
Y ese equilibrio —como bien sabe el Barça tras la era Messi— no siempre depende del talento, sino de la contabilidad.
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